Víctimas de lo imaginario.
La forma en que somos afectados de manera tan diversa por imágenes y palabras es un tema escasamente abordado en discusiones serias entre analistas. Esto me parece especialmente relevante en una era altamente digitalizada donde la información fluye casi sin fricción de un usuario a otro, generando un aluvión de imágenes y palabras con las que nos enfrentamos diariamente.
Cualquier persona que haya experimentado una mejora en su estado de ánimo, aunque sea momentánea, al ver un vídeo gracioso en internet lo confirmará. Sin embargo, más allá de los memes, el asunto se torna especialmente serio cuando la sociedad enfrenta eventos graves, como una guerra. Sí, me refiero al reciente enfrentamiento entre Israel y Hamas. Mi atención no se centra en la novedad del conflicto, sino en cómo ha circulado la información sobre este, principalmente en forma de vídeos gráficos sobre ataques y víctimas, en especial aquellos que involucran a niños.
Afortunadamente, he evitado estos vídeos al mantenerme al margen de redes sociales como X o Reddit. Sin embargo, he estado informándome a través de Substack y otros newsletters. Así, he percibido la marcada diferencia entre consumir la información por una u otra vía.
Es bien sabido en neurociencias que la velocidad de reconocimiento de imágenes supera ampliamente al procesamiento de palabras. El cerebro puede reconocer un objeto en imágenes en tan solo 13 milisegundos, mientras que procesar una palabra y su significado puede tardar hasta 400 milisegundos. Esta diferencia está ligada a la respuesta emocional que provoca cada tipo de información.
En el psicoanálisis, observamos diariamente la distinción entre verbalizar la historia detrás de una emoción y simplemente experimentar la emoción sin contexto. La palabra actúa como una red que da estructura al mundo del individuo , mientras que sin esta estructura, los objetos y experiencias fluyen dispersamente, desencadenando reacciones automáticas que pueden provocar angustia, ira o tristeza, entre otros.
En lugar de exponerte a un vídeo crudo sobre una guerra, si lees sobre el tema, la manera en que esta información impacta en ti será diferente. Es posible que leer una descripción sea menos traumático que ver la imagen directamente, especialmente si el vídeo aparece sin que lo busques, cortesía de algún algoritmo.
La situación actual entre Israel y Hamas me hizo reflexionar sobre esta diferencia. Sin embargo, siempre está presente: desde ver videos cortos en Instagram hasta leer publicaciones en Substack, todo afecta nuestra percepción y respuesta al mundo.
Abordar la palabra es solo una de muchas maneras de mejorar nuestra relación con internet. Algunos optan por reducir su tiempo en redes sociales tradicionales, otros sustituyen sus smartphones por dispositivos más básicos, y hay quienes evitan contenidos que desencadenen ciertas reacciones. Para este problema no me restringiría solo a una perspectiva psicoanalítica, a veces las modificaciones conductuales son suficientes.
Una posible área de interés para el psicoanálisis es la atracción que algunas personas sienten hacia contenidos desagradables, como si la imagen satisfaciera una agresividad reprimida. No sugiero que estas personas sean inherentemente agresivas, pero podría haber un conflicto con su propia agresividad.
Estos han sido mis pensamientos recientes. Me siento afortunado de no estar atrapado en el torbellino de contenido en redes sociales y, a pesar de depender de internet para mi trabajo, no he sentido la necesidad de ver estos vídeos para escribir al respecto. Esto muestra que es posible estar informado sin estar completamente sumergido en la marea de imágenes de la red.