El compromiso imposible entre cuerpos y símbolos.
El ser humano somete su cuerpo a un tratamiento simbólico que se aparta progresivamente de los caminos de la “naturaleza”. En sí misma, la idea de una “naturaleza” en el ser humano es conflictiva, por el momento usemos esta palabra simplemente para pensar en un cuerpo que no estuviera atravesado por lo simbólico. Un poquito siguiendo a Lacan: la vida meramente orgánica y la vida simbólica son cosas muy distintas.
Freud ya señalaba como en el ser humano de cierta forma la sexualidad está desviada. Es al exagerar en ese apartamiento de lo natural que nuestro cuerpo se resiste o sufre por medio de la enfermedad (ya sea esta clasificada como orgánica o mental, lo cual no deja de ser nuevamente un tratamiento simbólico), porque en sí mismo lo simbólico que tiene que ver con las palabras no alcanza a representar satisfactoriamente lo que el cuerpo experimenta. Esta es una de las razones por las que considero que un psicoanálisis es más que sólo “apalabrar”.
Si bien este tratamiento simbólico del cuerpo es necesario (o más que necesario: inevitable) a causa de nacer con una cierta insuficiencia orgánica para moverse en el mundo sin el lenguaje (Como si el lenguaje compensara la capacidad orgánica de caminar o cazar su propio alimento), la exageración de este camino acaba maltratando y deteriorando el cuerpo.
Las llamadas enfermedades mentales no son más que la insistencia y el recuerdo de que la palabra no corresponde a la cosa que nombra, e incluso que al nombrarla se la acerca un poquito más a su muerte. Sobre todo cuando hablamos del cuerpo.
“Es el intento imposible del compromiso entre cuerpos y símbolos”, según Ernest Becker.
Estamos tan acostumbrados a la idea de tener un dominio sobre nosotros mismos o sobre la realidad que muchas veces acabamos forzando ese compromiso imposible entre cuerpos y símbolos. Veo esto como una forma de negación y sobrecompensación de la realidad de nuestra “naturaleza”: que no existimos más allá de este pedazo de carne que habitamos como un cuerpo. Y que al no ser nada más allá de nuestro cuerpo, vamos a morir con él. Así como también del hecho de que (contrario a lo que el pensamiento nos permite imaginar) el Yo como agente no se encuentra en el centro de la actividad psíquica. Es por esto que las ideologías de autoexplotación que lucran con la idea de que “querer es poder” o de que uno “debe de poder” con algo tienen un costo que acaba traduciéndose en frustración, angustia y un desgaste anímico y corporal imposibles de sostener.
Agrego además que el dualismo en este tratamiento simbólico empeora las cosas. El dualismo cartesiano le ha hecho gran daño a la concepción que el ser humano tiene de sí al separar la mente y el cuerpo cuando de hecho son una y la misma cosa. Pero no solo el dualismo cartesiano que separa la mente del cuerpo como si fueran dos cosas distintas, sino también el dualismo en toda categoría que le supongamos al mundo.
“Crecer es ocultar la masa de tejido interno cicatrizado que palpita en nuestros sueños” — Ernest Becker.
Hoy concibo a lo inconsciente como esa palpitación (no necesariamente una palpitación orgánica literal) que insiste en recordarnos el fracaso de ese compromiso entre cuerpos y símbolos y del error del dualismo.