Nacidos para consumir.
El ser humano nace, al menos, de dos maneras: una mediante una reproducción biológica que produce un cuerpo y, otra, simbólicamente mediante el discurso que habitará ese cuerpo. Desde una perspectiva psicoanalítica, el sujeto es producido por el discurso. Esto implica la manera en que construimos nuestra identidad, cómo interpretamos el mundo, lo que consideramos "realidad", cómo reaccionamos emocionalmente ante este mundo y lo que nos ocurre en él. Todo esto es resultado de la combinación de estos dos nacimientos: el biológico y el discursivo.
Cada sociedad y momento histórico poseen ciertas narrativas, ya sean explícitamente comunicadas o implícitamente impuestas a través de costumbres, instituciones y tradiciones. En nuestra sociedad actual, no es un secreto que el discurso que predomina es el del capitalismo. Sin embargo, no intentaré polarizar el asunto, porque aunque el capitalismo está entrelazado con gran parte del malestar que escuchamos en la clínica, dudo mucho que estaríamos mejor bajo alguna otra forma de organización económica.
El problema que sí es propio del capitalismo, y que me gustaría resaltar en este mini ensayo, es que principalmente este discurso produce sujetos que dependen de una narrativa con dos caras: Producción/Consumo. Del lado de la producción encontramos el exceso de explotación, y en el lado del consumo, el extremo del consumismo.
Defino consumismo como la degradación de la satisfacción de nuestras necesidades de supervivencia a la simple satisfacción de nuestras necesidades imaginarias. Esto significa que comenzamos a sufrir por no consumir objetos o experiencias que realmente no necesitamos. Se nos crean necesidades imaginarias mediante la manipulación de nuestro deseo (ya sea consciente o inconscientemente). Incluso, en casos extremos, las personas pueden sacrificar sus necesidades de supervivencia para satisfacer necesidades imaginarias.
Así, en una sociedad donde el capitalismo ha sido reducido en gran medida a una ideología de productividad y consumo, tenemos sujetos que han nacido literalmente para consumir. Son producidos ellos mismos, en la cuna de estos discursos, con los efectos sobre el cuerpo que conllevan.
Los efectos en el cuerpo pueden observarse a través de la ansiedad, la depresión, los suicidios, la baja tolerancia a la frustración, la adicción o dependencia a alguna sustancia, persona, objeto o actividad, y los graves problemas de autoestima y autopercepción que padecen muchas personas hoy día.
Ante estos efectos, no podemos culpar a las personas cuando se refugian en alguna ideología o pseudofilosofía que les promete una solución al malestar. Lamentablemente, la mayoría de estas pseudofilosofías no consideran que el problema amerita una solución estructural y no sólo una sutura en la fachada de esa estructura. Quiero decir que lo que proponen es como poner grapas a la grieta de una pared cuando los cimientos están cayéndose.
¿Qué podemos hacer?
Modificar los cimientos de la estructura de un discurso no es tarea sencilla, mucho menos algo que se logre solo educándose mejor a través de vídeos de YouTube o siguiendo al influencer estoico de moda. No digo que esto sea del todo inútil. Hay muchos contenidos en internet muy interesantes que pueden ayudarnos a mejorar como personas, por ejemplo, el journaling. Pero para lograr cambios más profundos en nuestra relación con el mundo, no se trata solo de eso.
Los cimientos del discurso se alojan en lo inconsciente, es decir, en esa parte de la mente humana sobre la que no tenemos tanto poder como nos gustaría creer, ya que funciona automáticamente e independiente de la consciencia. Incluso, si tuviéramos que establecer una relación de jerarquía y autoridad, diríamos que lo inconsciente manda sobre lo consciente. Por eso muchas personas, al intentar cambiar sus hábitos o avanzar en algún proyecto, sienten que hay algo más fuerte que ellas mismas, dentro de sí, impidiéndoles mejorar.
El psicoanálisis puede ser una alternativa para personas que ya han intentado cambiar por otros medios y no han obtenido resultados. Sin embargo, lo último que deseo es presentar al psicoanálisis como la respuesta definitiva, ni hacer una “labor de venta” del mismo. Emprender un análisis es muy demandante: no encontrarás respuestas concretas, no hay listas de tareas ni procedimientos prácticos que seguir para lograr resultados inmediatos. Incluso no podemos prometer grandes resultados en un análisis.
Podría parecer que desaliento a las personas de acercarse al psicoanálisis. En parte, es así. Porque aquellos que llegan a consulta buscando lo que acabo de mencionar y no lo encuentran, se retiran tras unas pocas entrevistas. Cabe señalar que gran parte de esta búsqueda de respuestas rápidas y soluciones inmediatas es fruto de esa estructura discursiva que causa malestar en la persona.
¿Qué esperar, entonces, de un psicoanálisis?
Ante todo: resultados modestos. El psicoanálisis es una clínica del menos, no del más. A través del desprendimiento de grandes ideales y expectativas y cuestionando las altas aspiraciones, uno se va analizando poco a poco. En este proceso, el individuo se da cuenta de cómo está cegado por los ideales que ha construido sobre sí mismo, el mundo y los demás.
Pero para nada el psicoanálisis crea mediocres y conformistas, como muchas veces he escuchado. Paradójicamente, cuando las personas comienzan a quitarse de los ojos la venda de los ideales y las altas expectativas, comienzan a ver más claramente y a tomar mejores decisiones, a desarrollar talentos y esto les permite empezar a vivir una vida más enriquecedora (No solamente en un sentido material).
También, durante este proceso, las personas comprenden que los vínculos más significativos (incluido el vínculo terapéutico) se forjan a largo plazo. La paciencia, el compromiso y el esfuerzo son constantes en el análisis que, al aplicarse a otras áreas de nuestra vida, logran que las cosas "fluyan" con más ligereza. Establecer un vínculo analítico es un esfuerzo contraintuitivo, especialmente en una sociedad enfocada en la híper-producción y el consumo. Sin embargo, es una de las pocas vías para sanar de los efectos adversos de esos discursos que a menudo nos atrapan y nos seducen con promesas que simplemente no podemos cumplir.